España no es Irlanda, pero ambas economías han seguido en los últimos años una trayectoria marcada por las similitudes. ¿Por qué entonces nuestra prima de riesgo, que ayer escaló posiciones hasta los 449 puntos, supera en más de 100 puntos básicos a la del otrora llamado "tigre celta"?
Tanto España como Irlanda vivieron en los años previos a la crisis engañosos tiempos de prosperidad a caballo de una burbuja inmobiliaria que acabó estallándoles en las manos.
En ambos casos, la onda expansiva resquebrajó las estructuras y la solvencia de sus sistemas financieros, cuyas heridas aún están lejos de haber cicatrizado (sobre todo en el caso español) y los dos países han requerido el auxilio financiero de sus socios europeos para mantener a flote su banca. La diferencia es que mientras que la asistencia a Irlanda se equiparó a la de un rescate total del país (el salvamento financiero catapultó puntualmente su déficit público hasta el 32%), España ha conseguido, de momento, circunscribirla a sus entidades financieras.
En cualquier caso, el resultado fue la nacionalización de la mayor parte del sistema financiero irlandés y, en la actualidad y con bastante retraso, la reestructuración e intervención de un buen puñado de grupos españoles... Un seísmo que, sin embargo, han conseguido eludir los bancos más grandes (como Santander, BBVA o CaixaBank), que se encuentran entre los que mejor han vadeado las turbulencias en Europa.
De referentes a focos de inestabilidad
El fuerte impacto de la crisis hizo que los dos países pasaran de ser referentes de un supuesto milagro económico a focos de desconfianza e inestabilidad en la zona euro... Una aversión que hoy perdura y que es mayor en el caso español que en el irlandés. Y es que mientras que la prima de riesgo del antiguo tigre celta ronda los 340 puntos básicos (por debajo incluso de la italiana), la española cerró ayer en los 449.
Una diferencia de más de cien puntos básicos que refleja cómo los efectos balsámicos del anuncio del plan choque del presidente del BCE, Mario Draghi, que relajó el riesgo país de España hasta el entorno de los 370 puntos básicos, se ha ido diluyendo, y que tiene su origen no en lo que asemeja a ambas economías, sino en lo que las distancia.
¿Es lógica la penalización de España?
Es verdad que la evolución de Irlanda no ha sido un camino de rosas durante la crisis. Su PIB ha sufrido más que el español (una contracción superior al 8% desde niveles de 2007 frente al 5% de España); también está lejos de corregir sus desequilibrios presupuestarios (su déficit público será del 7,5% en 2013 frente al 6% previsto por Bruselas para nuestro país) y su tasa de paro seguirá varios puntos por encima de la media europea en los próximos años, aunque, eso sí, más de diez puntos por debajo de los dramáticos índices que exhibe España.
Asimismo, la deuda del Estado irlandés seguirá creciendo el año que viene hasta alcanzar el 122,5% del PIB frente al 92,7% de España, para quien Bruselas pronostica un ascenso al 97,1% en 2014. ¿Por qué entonces el mercado penaliza más a la deuda española que a la irlandesa?
La clave está en el crecimiento
Más allá del tamaño de la economía irlandesa y del factor rescate, lo que no supone per se un antídoto contra la animadversión inversora, como evidencian los casos de Grecia y Portugal, la diferencia fundamental entre España e Irlanda estriba en sus respectivas capacidades de crecimiento.
Mientras que el país celta ha crecido en 2011 y 2012, impulso que, según la Comisión Europea, cogerá fuerza en 2013 y sobre todo en 2014 (la previsión es un aumento del 2,2% en el PIB para ese año, encadenando cuatro seguidos de crecimiento), las dudas sobre España son mayores: este año y el que viene caerá a tasas del 1,4% y sólo en 2014 repuntará tímidamente: un 0,85%, un porcentaje a todas luces insuficiente para crear empleo y reducir una escalofriante tasa de paro que más que duplica el promedio europeo.
El teórico mayor potencial de crecimiento de Irlanda tiene que ver con los bajos tipos de interés y la gradual mejora de su financiación, pero también con el hecho de que las autoridades irlandesas cogieron el toro de la crisis por los cuernos casi desde el primer momento, emprendiendo duros ajustes, rescatando a su banca y haciendo con diligencia los deberes impuestos por la troika desde su rescate a finales de 2010. Una actitud que le ha granjeado el respeto y la credibilidad de los acreedores.
Reacción tardía
En España, la reacción ha sido mucho más tardía. De hecho, los verdaderos ajustes y reformas no comenzaron hasta la llegada al poder del PP en noviembre del año pasado. Desde entonces, ha aprobado varios decretos financieros (acudiendo a la ayuda de Europa para rematar el saneamiento de la banca), ha emprendido una amplia reforma laboral, se ha esforzado por contener el gasto de las autonomías, ha introducido cambios en el sector energético en la búsqueda de una solución al déficit de tarifa, ha redoblado los esfuerzos para combatir el fraude fiscal, y es consciente de la necesidad de racionalizar el sobredimensionado e insostenible sector público.
Aún le queda mucho por hacer, pero no hay que olvidar que estas reformas se han emprendido en menos de un año, en un contexto además muy difícil, en el que la aversión de los mercados hacia todo lo español ha ido in crescendo y sólo se ha visto parcialmente mitigada después de que Draghi exhibiera su bazuca. El problema es que, pese a estas reformas, España no ha conseguido transmitir a los inversores la sensación de que será capaz de volver a crecer con fuerza en el futuro y, por ende, de hacer frente a la devolución de su deuda.
Las inciertas perspectivas de crecimiento se ven, a su vez, erosionadas por los crecientes costes de financiación del Estado, que el año que viene tendrá que desembolsar más 38.500 millones de euros sólo por este concepto. Es evidente que España necesita reducir su prima de riesgo para adelgazar una factura que sólo entre este año y el que viene rebasará los 66.000 millones en intereses, lastrando sus posibilidades de reactivación. La cuestión es si esa rebaja del diferencial es posible sin solicitar el rescate a Europa, como parece pretender el Gobierno.
Dicha petición le otorgaría probablemente más tiempo para acometer las reformas pendientes y dejar germinar las ya efectuadas, pero llevaría aparejada una estricta condicionalidad macroeconómica, lo que sería sinónimo de más sacrificios, y sería muy difícil calibrar por anticipado sus efectos paliativos sobre el riesgo país.
Y es que el propio Draghi reconoció ayer que no puede garantizar al Ejecutivo de Rajoy que si pide el rescate el diferencial entre el bono español y el alemán caerá hasta los 200 puntos básicos. España sigue atrapada entre lo malo y lo peor.